La Rosa de Jericó

Valencia 1890

La Rosa de Jericó es una confitería-bombonería muy tradicional, siempre y cuando nos dejen nuestros clientes, innovadora y creadora. Donde nuestro primer lema es la calidad, calidad y calidad….

Trabajando con las mejores materias primas nacionales, a poder ser valencianas, elaboramos y vendemos todos nuestros productos trabajando artesanalmente sin utilizar ningún tipo de producto químico, trabajando con las mismas fórmulas de antaño, transformadas y adecuadas al tiempo actual.

Con los años la confitería ha ido avanzando y modernizándose cosa que hemos tenido en cuenta e intentamos movernos en las últimas tendencias del ramo, innovando y creando nuestros propios postres, pero siempre intentando personalizar y desarrollar nuestros productos.

la rosa de jerico

Es la historia de la buena semilla que el viento arrastra hasta la tierra fértil; se inició en 1890, en el pueblecito Turolense de la Puebla de Valverde, en una humilde familia numerosa, uno de sus vástagos, con apenas trece años, camina durante dos días hasta llegar a Segorbe y encuentra el empleo de aprendiz en una confitería que, desde pasadas penumbras, es la luz que le señala que es posible un porvenir. Aprendiz que aprende, que reconoce que el camino andado es solo una etapa, se convierte en el experto, en el maestro, y más tarde en el dueño del local que le acogió permitiéndole crear una familia a cuyos cuatro hijos, entre amor, aromas y sabores, trasmitirá dos legados: el material fruto del trabajo que pagó con su propio sacrificio, y el espiritual que manaba de su dedicación. Había nacido la saga de los JERICÓ.

Me detengo en uno de sus hijos, mi abuelo, poseedor de los mismos valores, desde Segorbe a Burriana, Castellón y Navajas, que reclama su propia aventura en Valencia donde competirá con acreditadas confiterías frente a las que solo tiene su buen hacer, supo acoger a otros, como su padre fue acogido y crear escuela en establecimientos de grandes profesionales que le deben su formación, con las que es capaz de competir y a las que sobrevive cuando todas ellas han desaparecido. Calle de las Comedias, Calle de la Paz… a sus puertas se detienen las calesas. Las damas y caballeros se apean y entran en el local buscando sus delicias y vuelven una y otra vez de tal forma que La Rosa de Jericó se hace presente en sus mesas e imprescindible en las grandes solemnidades.

Junto a él su esposa, Pilar Gamir y su cuñada Conchita; su hermana Carmen que, en el momento social que aún ignora el trabajo de la mujer que asume su propio silencio, representan los primeros logros femeninos en el mundo de la empresa. Trabajadoras incansables, prestas a colaborar en la producción y la atención al público, maestras en el arte de combinar la discreción con la comunicación, constituyen piedra angular en las relaciones con el público cuyos nombres conocen y las que conocen por su nombre traspasando la barrera del mero clientelismo para entrar en el campo de la amistad.

A la temprana e inesperada muerte de mis abuelos es mi padre el que, con veinticinco años, se hace cargo de la tienda. Entre el legado que recibe están los antiguos empleados que mis antepasados hicieron maestros. El dolor y el deber se conjugan y la torridez de los hornos le impregna de sudor y seca sus lágrimas. Adora a sus hijos; sabe que de ellos tal vez sea yo el único que quiera seguir su camino y me cuenta, me enseña como es posible sortear tantos obstáculos. Mi padre y compañero, mi confidente, el que nunca me dejo del todo porque una parte importante de su humanidad, permanece en mi mente como guía…

Desde noviembre de 1983 nos ubicamos en el número 14 de la calle Hernán Cortés. Las recetas de mi bisabuelo, en libras o céntimos, se han actualizado. De la experiencia acumulada surgen las continuas novedades pero no podemos abandonar esos productos que, como el mazapán, los de Todos los Santos, Turrones, Roscones de Reyes, Monas de  Pascua y determinados pasteles nos siguen pidiendo desde esa gran familia formada por los hogares valencianos en los que estamos presentes.

A la propia se unieron más mujeres; mi madre fue capaz de asumir tareas imprescindibles de montajes, decoraciones, mostrador. Desde 2006, Mónica, convertida en mi mujer, abandonó los espacios celestes surcados como azafata aportando sus diseños al ornato que se muestra en el atractivo de figuraciones y escaparates que detienen el paso y atraen la mirada de los viandantes.

La Rosa de Jericó ha tenido sus espinas, han sangrado las manos de olvidos e ingratitudes pero ha logrado el esplendor de las flores, en ella se prolongan nuestros hogares y, en las serenas horas de la tarde, cuando Mónica y yo contemplamos a nuestros pequeños hijos Carlos y Jacobo, pensamos en lo que decidirán desde la libertad que les otorgamos para elegir su propio destino y acariciamos la idea de que quizá, algún día, cuando descubran la belleza de las flores, elijan La Rosa de Jericó.

la rosa de jerico

Es la historia de la buena semilla que el viento arrastra hasta la tierra fértil; se inició en 1890, en el pueblecito Turolense de la Puebla de Valverde, en una humilde familia numerosa, uno de sus vástagos, con apenas trece años, camina durante dos días hasta llegar a Segorbe y encuentra el empleo de aprendiz en una confitería que, desde pasadas penumbras, es la luz que le señala que es posible un porvenir. Aprendiz que aprende, que reconoce que el camino andado es solo una etapa, se convierte en el experto, en el maestro, y más tarde en el dueño del local que le acogió permitiéndole crear una familia a cuyos cuatro hijos, entre amor, aromas y sabores, trasmitirá dos legados: el material fruto del trabajo que pagó con su propio sacrificio, y el espiritual que manaba de su dedicación. Había nacido la saga de los JERICÓ.

Me detengo en uno de sus hijos, mi abuelo, poseedor de los mismos valores, desde Segorbe a Burriana, Castellón y Navajas, que reclama su propia aventura en Valencia donde competirá con acreditadas confiterías frente a las que solo tiene su buen hacer, supo acoger a otros, como su padre fue acogido y crear escuela en establecimientos de grandes profesionales que le deben su formación, con las que es capaz de competir y a las que sobrevive cuando todas ellas han desaparecido. Calle de las Comedias, Calle de la Paz… a sus puertas se detienen las calesas. Las damas y caballeros se apean y entran en el local buscando sus delicias y vuelven una y otra vez de tal forma que La Rosa de Jericó se hace presente en sus mesas e imprescindible en las grandes solemnidades.

Junto a él su esposa, Pilar Gamir y su cuñada Conchita; su hermana Carmen que, en el momento social que aún ignora el trabajo de la mujer que asume su propio silencio, representan los primeros logros femeninos en el mundo de la empresa. Trabajadoras incansables, prestas a colaborar en la producción y la atención al público, maestras en el arte de combinar la discreción con la comunicación, constituyen piedra angular en las relaciones con el público cuyos nombres conocen y las que conocen por su nombre traspasando la barrera del mero clientelismo para entrar en el campo de la amistad.

A la temprana e inesperada muerte de mis abuelos es mi padre el que, con veinticinco años, se hace cargo de la tienda. Entre el legado que recibe están los antiguos empleados que mis antepasados hicieron maestros. El dolor y el deber se conjugan y la torridez de los hornos le impregna de sudor y seca sus lágrimas. Adora a sus hijos; sabe que de ellos tal vez sea yo el único que quiera seguir su camino y me cuenta, me enseña como es posible sortear tantos obstáculos. Mi padre y compañero, mi confidente, el que nunca me dejo del todo porque una parte importante de su humanidad, permanece en mi mente como guía…

Desde noviembre de 1983 nos ubicamos en el número 14 de la calle Hernán Cortés. Las recetas de mi bisabuelo, en libras o céntimos, se han actualizado. De la experiencia acumulada surgen las continuas novedades pero no podemos abandonar esos productos que, como el mazapán, los de Todos los Santos, Turrones, Roscones de Reyes, Monas de  Pascua y determinados pasteles nos siguen pidiendo desde esa gran familia formada por los hogares valencianos en los que estamos presentes.

A la propia se unieron más mujeres; mi madre fue capaz de asumir tareas imprescindibles de montajes, decoraciones, mostrador. Desde 2006, Mónica, convertida en mi mujer, abandonó los espacios celestes surcados como azafata aportando sus diseños al ornato que se muestra en el atractivo de figuraciones y escaparates que detienen el paso y atraen la mirada de los viandantes.

La Rosa de Jericó ha tenido sus espinas, han sangrado las manos de olvidos e ingratitudes pero ha logrado el esplendor de las flores, en ella se prolongan nuestros hogares y, en las serenas horas de la tarde, cuando Mónica y yo contemplamos a nuestros pequeños hijos Carlos y Jacobo, pensamos en lo que decidirán desde la libertad que les otorgamos para elegir su propio destino y acariciamos la idea de que quizá, algún día, cuando descubran la belleza de las flores, elijan La Rosa de Jericó.